José Gerardo Guarisma Álvarez // La belleza de los árboles
En sus copas susurra el mundo, sus raíces descansan
en lo infinito, pero no se pierden en él, sino que persiguen
con toda la fuerza de su existencia una sola cosa: cumplir
con su propia ley, que reside en ellos, desarrollar su
propia forma, representándose a sí mismos
Hermann Hesse .
El árbol de la vida. El árbol del conocimiento. El árbol de los sueños. El árbol de la familia. El árbol es el ente que representa la vida por excelencia, en tanto es la expresión más esplendorosa de las plantas que hicieron posible hacer de la Tierra un planeta lleno de vida. La vida que al explorarse en los códigos ocultos de los árboles, vive hasta el fin el secreto de sus semillas. Los árboles son esos guardianes capaces de vivir con longevidades inauditas, realmente asombrosas, siendo testigos del levantamiento y ocaso de ciudades y civilizaciones.
El 28 de junio de cada año, ha sido consagrado a nivel internacional como el Día Mundial del Árbol, instaurado por el Congreso Forestal Mundial celebrado en Roma en 1969. En nuestro país, tal reconocimiento se realiza desde 1951 el último domingo de Mayo.
En un breve reconocimiento de los vínculos raigales de la Humanidad, y particularmente de sus momentos con mayor esplendor y gloria, encontraremos como signo inequívoco de su bienestar la belleza plena de su vegetación. En la Babilonia del el rey Nabucodonosor, en los míticos jardines colgantes de la maravillosa y deslumbrante ciudad, la civilización humana aprendió que podía con los árboles crear auténticos viveros pletóricos en medio del desierto estéril. Y con ellos llegaba el agua para reverdecer el suelo y nutrirlo, la luz para transformarse en materia que se reproduce a sí misma, los insectos para polinizar las flores y hacer fértil a los terrenos para el cultivo de frutos cada vez más abundantes y exuberantes. Por ello el árbol es el hogar del paraíso de la vida.
El árbol es el símbolo de la fortaleza de un ecosistema. Es el centro de operaciones natural donde los procesos bioquimicos de la vida se gerencian. Aquellos brazos que se ramifican como inmóviles ante nuestros ojos, generan un continuo movimiento que pasa desapercibido por los sentidos, pero que realmente representa el más increíble dominio de los elementos que podamos conocer y de tan compleja conexión que aún, con todo el conocimiento que tenemos sobre el átomo, la célula y los genes, no hemos podido crear un cloroplasto artificial que nos permita realizar la fotosíntesis que de manera majestuosa realizan esos extraordinarios motores de la vida que son los árboles.
Por ello, es necesario retomar buena parte del respeto que el árbol representó para las antiguas civilizaciones. Recordar como muchas de ellas desaparecieron por no respetarlo, como el caso de la civilización Maya, que en el abuso de la tala de los árboles cuyos troncos se utilizaron para la elaboración del estuco, material de construcción empleado en sus edificaciones, terminó por secar las fuentes de agua y con la ausencia de ella, decretar la sequía que originó la desaparición de su gran cultura.
Rector de la Universidad Bicentenaria de Aragua
gerardoguarismaubauba@gmmail.com
En sus copas susurra el mundo, sus raíces descansan
en lo infinito, pero no se pierden en él, sino que persiguen
con toda la fuerza de su existencia una sola cosa: cumplir
con su propia ley, que reside en ellos, desarrollar su
propia forma, representándose a sí mismos
Hermann Hesse .
El árbol de la vida. El árbol del conocimiento. El árbol de los sueños. El árbol de la familia. El árbol es el ente que representa la vida por excelencia, en tanto es la expresión más esplendorosa de las plantas que hicieron posible hacer de la Tierra un planeta lleno de vida. La vida que al explorarse en los códigos ocultos de los árboles, vive hasta el fin el secreto de sus semillas. Los árboles son esos guardianes capaces de vivir con longevidades inauditas, realmente asombrosas, siendo testigos del levantamiento y ocaso de ciudades y civilizaciones.
El 28 de junio de cada año, ha sido consagrado a nivel internacional como el Día Mundial del Árbol, instaurado por el Congreso Forestal Mundial celebrado en Roma en 1969. En nuestro país, tal reconocimiento se realiza desde 1951 el último domingo de Mayo.
En un breve reconocimiento de los vínculos raigales de la Humanidad, y particularmente de sus momentos con mayor esplendor y gloria, encontraremos como signo inequívoco de su bienestar la belleza plena de su vegetación. En la Babilonia del el rey Nabucodonosor, en los míticos jardines colgantes de la maravillosa y deslumbrante ciudad, la civilización humana aprendió que podía con los árboles crear auténticos viveros pletóricos en medio del desierto estéril. Y con ellos llegaba el agua para reverdecer el suelo y nutrirlo, la luz para transformarse en materia que se reproduce a sí misma, los insectos para polinizar las flores y hacer fértil a los terrenos para el cultivo de frutos cada vez más abundantes y exuberantes. Por ello el árbol es el hogar del paraíso de la vida.
El árbol es el símbolo de la fortaleza de un ecosistema. Es el centro de operaciones natural donde los procesos bioquimicos de la vida se gerencian. Aquellos brazos que se ramifican como inmóviles ante nuestros ojos, generan un continuo movimiento que pasa desapercibido por los sentidos, pero que realmente representa el más increíble dominio de los elementos que podamos conocer y de tan compleja conexión que aún, con todo el conocimiento que tenemos sobre el átomo, la célula y los genes, no hemos podido crear un cloroplasto artificial que nos permita realizar la fotosíntesis que de manera majestuosa realizan esos extraordinarios motores de la vida que son los árboles.
Por ello, es necesario retomar buena parte del respeto que el árbol representó para las antiguas civilizaciones. Recordar como muchas de ellas desaparecieron por no respetarlo, como el caso de la civilización Maya, que en el abuso de la tala de los árboles cuyos troncos se utilizaron para la elaboración del estuco, material de construcción empleado en sus edificaciones, terminó por secar las fuentes de agua y con la ausencia de ella, decretar la sequía que originó la desaparición de su gran cultura.
Rector de la Universidad Bicentenaria de Aragua
gerardoguarismaubauba@gmmail.com
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